08 septiembre 2005

Columna ajena: Paren de llorar

Ante la polémica sobre el futuro de la Radio "Beethoven", también hay opiniones disidentes, como la de Felipe Bianchi.

En esta ocasión, porque no tenía algún tema del cual comentar, quiero dejarles la columna de Felipe Bianchi en el Diario Siete de este jueves, donde habla sobre el "cierre" de la Radio Beethoven y los comentarios que han circulado en las cartas al director de los diarios. Como esto lo saqué por OCR (scanner), puede que tenga fallas en la ortografía:

Paren de llorar

Felipe Bianchi Leiton
Ya, pero por qué. La pregunta es por qué. Por qué diablos en este país o en cualquier otro debiéramos preocupamos de subsidiar a una radio de música clásica. Es ridículo.

¿Nadie quiere poner su plata para que sigan al aire los especiales de Schubert? ¿Ningún privado está dispuesto a correr el riesgo de programar a Lizt? Entonces no hay radio nomás. Se para. Se terminan las transmisiones. Punto. No hay auxilio ni asistencia posible. No sería justo. Ni correcto.

¿Qué es ese maldito resabio de elitismo, de conservadurismo, de autoritarismo? La continuidad de la única radio de música clásica que existe hoy en Chile sólo es problema de sus dueños. No es tema de organización social alguna. Y mucho menos del gobierno. No puede serlo. Si uno cree de verdad en la libertad y la democracia, es una frescura pedir protecciones o favores especiales. Nadie tiene derecho a eso. Ni los actores, ni los cineastas, ni los ferreteros, ni los taxistas, ni los exportadores, ni las alfareras de Pomaire, ni los seguidores de Bach. Todos los llamados a "salvar a los buenos" dan pena.

Porque además, ¿quién dice que son ellos los buenos? ¿Por qué va a ser más importante para la sociedad una radio de música clásica que una de deportes o una de noticias, o una de boleros, o una de rock pesado? ¿Por qué nos haría mejor como comunidad mantener al aire unas cuantas sinfonías en vez de los grandes éxitos de Pachuco? El que quiera escuchar a Mahler o a Mozart que lo haga en su propia casa y con sus propios medios, como debe ser. Como deben ejercitarse todos los gustos personales, por lo demás.

Aun si lo fueran, los más cultos, los mejores, los más inteligentes, los más preparados, no pueden imponerle nada a nadie.

No necesitamos padres. Ni profesores. Ya los tuvimos. ¿Me quieren educar? Entonces saco la pistola. Escucho cultura y saco la pistola.

Cualquier opción que pretenda intervenir el mercado, y sobre todo intervenir los gustos del mercado, no sólo es ridícula. Es inaceptable. Es tan mala idea obligar a escuchar música clásica como obligar a cantar el himno nacional en los actos cívicos. Es igual de malo subsidiar a Haendel en tiempos de democracia que subsidiar a Ginette Acevedo en tiempos de la dictadura. No hay diferencia alguna. Da lo mismo el contenido del envase: no se obliga ni se subsidia. Punto. Nunca. Es feo, rasca, mediocre.

¿Quién dice que es mejor una orquestación sofisticada de Strauss que los gritos animalescos de un rockero desatado? Nadie. Basta de llorar entonces.

No sean indecentes. No sean patéticos.

Los defensores de la libertad y la democracia, los santones del libre albedrío, las mentes más avanzadas de la comarca, suelen olvidar con mucha rapidez uno de los principios básicos de la convivencia social: todos somos iguales. Y, por ende, ningún gusto vale más que otro. Ni en la tele -que todos intentan "analizar y arreglar", lo que siempre se parece mucho a "controlar”- ni en la música.

Típica declaración de estos días: "Aguien debiera hacer algo para evitar el fin de la radio Beethoven. No puede ser que se termine". Perdón, pero por supuesto que puede terminarse. Como se han terminado tantas cosas.

La verdad, da lo mismo. Yo no voy a dejar de escuchar buena música sólo porque no la tocan en la radio.

Los únicos que pueden evitar el fin de la radio Beethoven son, vaya obviedad, sus seguidores. Pero háganlo en silencio. Pongan plata, regalen su tiempo y su dinero a la causa, hagan rifas, compren bonos. No pidan regalos. Trabajen, flojos. Deslómense por la causa. O sino, cállense. Cállense de una vez por todas. Dejen de mandar cartitas y arréglenselas solos.

Aparte, si ahora ayudamos a la música clásica, ¿qué hacemos luego con el vals chilote? ¿Y con el tecno? ¿Y con los cantos gregorianos? ¿Y con la música celta? ¿Vamos a subsidiarlos también a ellos si es que algún día nadie los toca? Por favor.

¿Qué puedo agregar? Que todavía queda gente que espera que otros hagan lo que deberían hacer también ellos.

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